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El Loco

Una noche calurosa llegaba a su fin. El ruido de grillos y otros animales nocturnos era lentamente reemplazando por aves madrugadoras. Un gallo en la lejanía anunciaba el inicio de la jornada.

Carlos yacía en su cama, sopesando por última vez la decisión que había tomado. Sus ojos le pesaban, había pasado toda la noche en vela, en parte por ansiedad e indecisión.

Se levantó con mucho cuidado de no despertar a nadie, en aquella pequeña casa cualquier sonido se escuchaba tan claramente como si dispararan un cañonazo, mucho más a aquellas horas de la madrugada. Se acercó al armario, tomó su ropa con delicadeza y empezó a guardarla en una mochila vieja y gastada, se tropezó con sus zapatos en el tercer viaje al armario, quedándose completamente quieto esperando algún sonido, pero lo único que escuchaba (o al menos tenía la sensación) era a su corazón acelerado, respiró profundamente y siguió con lo suyo.

Al terminar con la ropa, continuó con los demás efectos personales. Billetera, dinero, una foto familiar, incluso un libro que no leía, pero que siempre llevaba a todos sitios. Se aseguró de que no faltase nada, y tomó el fajo de billetes contándolo tres veces, siempre con la sensación de que le faltaba dinero. Tomó los billetes con rabia y los guardó en la billetera, no tenía tiempo que perder y ya no podía averiguar quién le había robado.

Luego se vistió en silencio, recogió sus cosas y se puso la mochila, sorprendiéndose de lo ligera que era. Salió de su habitación, se aseguró de que no había nadie, tomó las llaves de la pequeña y rústica mesa que estaba en la sala, y se dirigió a la salida, golpeando accidentalmente con la mano un mazo de cartas del tarot que estaban junto a las llaves. Las cartas volaron, cayendo suave y silenciosamente en el suelo, todas boca arriba, enseñando sus vistosos diseños.

Pero Carlos no notó nada de eso, y tampoco le importaba. Se dirigió a la salida, metió la llave en el cerrojo y abrió la puerta con nerviosismo. Cada vez que giraba la llave, era como un escopetazo que resonaba en la casa (o al menos así le parecía a él).

El viento frío de la madrugada le acarició el rostro al salir. Los rayos del sol empezaban a aparecer por el horizonte. Carlos se quedó mirando un rato el paisaje. Temblaba y le costaba dar el primer paso. Acarició a su perro, que se había acercado soñoliento para saludarle. Si el can pudiera hablar, le preguntaría a su amo que hacía despierto tan temprano.

Carlos respiró hondo y dejó que el aire mañanero llenara sus pulmones, volvió a mirar al horizonte y empezó a caminar.

No notó que su perro le había mordido el trasero, como si tratara de detenerle, rompiendole el pantalón, y que después de un momento de indecisión, decidió seguirle en su viaje.

El bar de las ilusiones

   Cada noche a la misma hora, abre aquel misterioso bar tan popular de la ciudad. Suelo salir muy tarde del trabajo, y para volver a casa d...